Travesía Los Roques en Kayak - 2002

Travesía Los Roques en Kayak – 2002

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EL NACIONAL – DOMINGO 15 DE SEPTIEMBRE DE 2002

por Dayana Figarella

“Durante toda la travesía sientes que el mar te pertenece y llegas a creerte un ser completamente libre, a pesar de que dependes de las corrientes marinas y del viento. Y es que el kayak es como una bicicleta, que te permite recorrer largas distancias sin más limitación que tus propias fuerzas”.

Con estas palabras resume Henry González la esencia de la odisea que llevó a cabo –conjuntamente con un grupo de expedicionarios– por el Parque Nacional Los Roques, a bordo de cuatro kayaks que no cesaron de desplazarse durante cuatro días. La ruta se inició en Cayo Pirata y culminó en el hermoso Cayo de Agua, localizado en la zona Oeste del archipiélago.

Alejandro Buzzo y Andrés Dioguardi (diseñadores industriales), Henry González y Alfredo Allais (fotógrafos), Jorge Navarro (abogado) y Andrés Vancanpound (escalador), son jóvenes que difícilmente pueden esconder su pasión por los deportes extremos y su adicción a las costas y montañas venezolanas. De allí que gran parte de sus expediciones y “jornadas de aventura” contemplen el componente turístico y recreativo en los más variados parajes nacionales. Con 42 islotes y más de 300 bancos de arena que aparecen y desaparecen al solo antojo de las mareas, el nombre de Los Roques –uno de los parques marinos más grandes de América Latina– no tardó en aparecer en la lista de retos pendientes de este grupo de aventureros. Así fue como, tres meses antes, comenzaron por trazar la ruta en los mapas: un recorrido en etapas que permitía circundar al menos 10 de los cayos menos concurridos, habitados apenas por pequeños grupos de pescadores o totalmente solitarios. Para entrenarse sólo requirieron tres días de práctica. Se sabe: son cuerpos acostumbrados a experimentar la adrenalina en disciplinas deportivas tan extremas y variadas como la escalada, el parapente, el paracaidismo, el trekking y las largas caminatas por senderos naturales. “La intención fue diseñar una ruta turística que pudiera ser accesible a un gran número de personas, sin más requisito que la decisión de aventurarse a navegar en kayak. Aunque esta es una nave todavía poco utilizada y conocida en Venezuela, lo cierto es que tiene excelentes cualidades para la navegación. Nosotros hemos podido comprobar que se presta perfectamente para recorrer no sólo las costas venezolanas, sino también muchos de los numerosos ríos que bañan el territorio nacional”, afirma González.

Fotos: Alfredo Allais

Calcular correctamente la velocidad de las corrientes y del viento es una de las claves determinantes en este tipo de aventuras. De allí que, en opinión de estos expertos, para evitar contratiempos es preciso establecer previamente una ruta y contar con guías que conozcan la zona a plenitud. En cuanto a equipo o flota, las opciones son variadas. En esta oportunidad, el grupo decidió utilizar tres modelos de kayak: “El de velocidad, que obviamente es el más rápido, es angosto en extensión; el de touring destaca por su versatilidad y su capacidad de carga y, el sit on top –que entra dentro de la categoría de los recreacionales– es corto y muy ancho”, detalla Buzzo, experto en piragüismo y dueño de Kayaman, empresa especializada en el diseño y venta de estas embarcaciones. Pero tan importante o más que lo anterior, según coinciden todos los participantes de esta odisea, es tener un objetivo en común y consolidar un grupo homogéneo. “Cuando estas en plena travesía es que caes en cuenta de cuáles son sus verdaderas dimensiones. Es necesario palear mucho –así se le dice en el argot a lo que comúnmente se conoce como remar–, pero cuando contemplas los matices de azul y ves los pájaros comiendo en el medio del mar, y empiezas a formar parte de un silencio que nada interrumpe, porque no hay siquiera ruido de motor, entonces se te quita todo lo pesado y olvidas incluso lo complejo que pueda ser el viaje”.

En alta mar

Luego de arribar al Gran Roque, el grupo se trasladó en un peñero hasta Cayo Pirata, punto de partida de esta aventura. Debidamente provistos con los permisos que otorga Inparques, hicieron del islote su primera estación, para acampar y preparar los ánimos para la segunda jornada. La memoria no deja de activar recuerdos específicos en cada uno de ellos, aunque todos concuerdan en afirmar que la travesía del segundo día fue definitivamente intensa en paleo: desde Cayo Pirata, los remos comenzaron por abrir paso hacia los cayos Esparquí, Rabusquí y Loco, para de allí seguir hacia Isla Agustín y hacer finalmente una parada en Crasquí, ya en la zona Norte del archipiélago. “Ahí descansamos y acampamos por algo más de cuatro horas: no mucho, después de ese esfuerzo, pero suficiente para compartir con los pescadores en el rancho de Lipe, que amablemente nos ofreció unos frescos y unos merecidos pescados”, comenta Navarro.

Cumplido el descanso, las frágiles embarcaciones orientaron su rumbo hacia Burquí, pasando nuevamente por Isla Agustín. En el camino, una parada estratégica en plena mar insinúo la oportunidad perfecta para poner a volar la imaginación y experimentar la sensación de un naufrago. Según cuentan los entendidos, El Palafito es un punto que permite sentir y vivir una soledad tan infinita como el propio mar que rodea a ese refugio por todos lados. Se trata de una construcción hecha en madera y esculpida por la sal, que recibe por igual a viajeros, pescadores y aventureros que buscan descanso por unos minutos o refugio por una noche. En temporada de langosta, el entorno se convierte en un verdadero espectáculo, pues es allí adonde llegan los botes cargados con crustáceos de los más variados tamaños. No obstante, a pesar de las tentaciones del silencio, el grupo decidió retornar a Crasquí para acampar y pasar la segunda noche. Al día siguiente, las proas pusieron rumbo hacia el Oeste del archipiélago, para así conocer los cayos Espenquí, Yonquí, Isla Felipe y Carenero, donde nuevamente se hizo campamento para la pernocta. “Es una pequeña bahía que semeja una piscina natural. Y es impresionante observar allí como las formaciones coralinas y las piedras toman matices de colores intensos. Ese paisaje te da una paz increíble, y el ambiente mismo se convierte en un aliciente para la aventura”, atina Dioguardi.

La última jornada los llevó desde Carenero a Cayo de Agua, donde fueron recogidos en peñeros por Oscar Shop –operadora turística de este parque– para alcanzar nuevamente el Gran Roque y luego partir hacia Caracas, al día siguiente, en una avioneta de la aerolínea Aereotuy. Las vivencias que de allá traen los expedicionarios son múltiples: desde compartir en Cayo de Agua con “unos pescadores increíbles, que con su vida misma dan fe de que sólo hay que proponerse las cosas para hacerlas y tener éxito”, hasta la satisfacción y el orgullo de haber conocido el archipiélago desde una perspectiva que pocos han experimentado, “y en una embarcación, además, que no causa daños al ambiente”, según comenta González.

También entre esas vivencias viene el agradecimiento a quienes de una u otra forma colaboraron con su recorrido, como Sunset 2000, proveedor de los salvavidas, y Hernando Arnal, quien alquila los ultralivianos que hicieron posible tomar fotografías aéreas. ¿Nuevas aventuras? Por los momentos, este grupo de jóvenes tiene en proyecto viajes similares al Parque Nacional Mochima, a Isla de Aves y Trinidad. Con la voz de la experiencia, afirman que para hacer realidad esos sueños no hace falta más que aplicar una sencilla fórmula: “perseverancia y paciencia”.